"Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen como les place ni en las condiciones por ellos elegidas, sino más bien en las circunstancias que encuentran ante sí, en condiciones dadas e impuestas"
Karl Marx

domingo, 21 de noviembre de 2010

Reseña: "La Revolución del Voto" de Marcela Ternavasio

La historiadora Marcela Ternavasio graduada en la Universidad Nacional de Rosario, se doctoró en la Universidad de Buenos Aires y actualmente ejerce la docencia en la UNR siendo también investigadora del CONICET y del Instituto Ravignani. Se ha especializado en cuestiones políticas publicando numerosos trabajos que aparecieron en obras colectivas y en revistas como el Boletín del Instituto Ravignani, Cuadernos del CLAEH o el Anuario de la Escuela de Historia de Rosario.

El libro “La Revolución del Voto” del cual se presenta la siguiente reseña fue editado en 2002.

En “La Revolución del Voto” Ternavasio analiza la evolución de las prácticas electorales posteriores a la Revolución de Mayo de 1810 y especialmente a partir de la reforma electoral de 1821, con el objetivo de demostrar, en oposición a las visiones tradicionales, que el sufragio constituyó un elemento fundamental en la construcción de la legitimidad de los gobiernos tras el derrumbe del sistema colonial y como mecanismo para encauzar la movilización popular de la década de 1810. Así, mediante prácticas formales, tanto como de prácticas informales, se fue construyendo un sistema electoral utilizado tanto por los gobiernos liberales como por los caudillos, en su búsqueda de respaldo político y legitimación del orden. Pero además, ese sistema electoral constituyó una herramienta que generó cambios culturales en la población sobre cómo entender la política.

La autora afirma que el estudio del sufragio no debe basarse en las ideas y preconceptos actuales sino que debe entenderse en su contexto histórico que contiene diversas variantes según la región o los diferentes períodos, además de que el sistema electoral estaba cruzado por numerosas prácticas informales que determinaban su funcionamiento. Por otro lado, demuestra que en el Buenos Aires posrrevolucionario, el proceso de construcción de la ciudadanía política se dio a partir de un concepto amplio de la misma, que a diferencia de la situación europea, promovió y bregó por la participación e inclusión de amplios sectores sociales.

Así con la caída del Imperio Español y la vuelta de la soberanía a los pueblos, se buscó garantizar la legitimidad del nuevo orden, pero ésta fue una tarea ardua que requirió de múltiples ensayos institucionales y que generó fuertes disputas y enfrentamientos político- sociales. Por ello la “Revolución del voto” se divide en tres grandes períodos que muestran diferentes formas de organizar el régimen electoral (cada uno con suerte diversa) para poder atenuar así la conflictividad política.

La autora plantea que la evolución de la representatividad implicó diversos momentos. En un comienzo, se mezclaron las concepciones de representación antigua de tipo corporativa y con mandato imperativo, con la concepción más moderna, que aún no definida completamente, iba cobrando sentido en el marco posrrevolucionario, una nueva representatividad individual y republicana centrada en el ciudadano.

Esa superposición de formas de entender la representación fue cambiando a partir de los años de 1820 con la supresión de instituciones del Antiguo Régimen, especialmente el Cabildo, y el encauzamiento de la movilización popular a través del sistema electoral, permitiendo a la élite el control del gobierno. No obstante, desde ese momento empezó a desarrollarse una competencia internotabilar para la cooptación de votos lo cual derivó en un faccionalismo que agravado por la guerra y los intentos centralistas del gobierno de Rivadavia, llevó a fuertes enfrentamientos y a una crisis política que sólo se resolvería con el gobierno de Rosas y la instauración de un régimen electoral basado desde entonces en la unanimidad, la exclusión de toda oposición y un ritual electoral que mostraba al gobierno casi como elector, invirtiendo la pirámide de poder.

Por ello Marcela Ternavasio menciona que los diversos sistemas electorales y sus diferentes concepciones, no eran propuestos por las élites como diferentes modelos ideales de sociedad, sino que sólo eran defendidos como medios para alcanzar el poder y en ese sentido cada facción defendía, el sistema más conveniente según el momento. No es extraño por ello, agrega, que un mismo político defendiera concepciones opuestas según la circunstancia.

Porque esas élites necesitaban construir un régimen político que pudieran controlar, pero para ello debían afianzar una legitimidad que debía surgir de la participación ciudadana en el nuevo orden republicano. Entonces, no es extraño, aclara la autora que las élites, al revés de lo ocurrido en Europa, se esforzaran por aumentar la participación electoral, de una sociedad que se mostró indiferente al juego electoral y que sólo en los años ’20 alcanzaría un volumen respetable, aunque sin embargo, como menciona Ternavasio, no fue superado en las décadas siguientes, y el número de votantes se mantuvo constante incluso bajo el gobierno de Rosas, a pesar de los esfuerzos de éste por hacer de su poder un mandato plebiscitario. De esta forma la autora logra refutar la idea tradicional en la historiografía de que las elecciones eran un elemento menor de la política rioplatense, y por el contrario muestra la centralidad del sistema electoral para la construcción de una legitimidad nueva, que fue fundamental incluso para que los caudillos, Dorrego o Rosas, pudieran mantenerse en el poder.

El libro deja en claro que las elecciones no estaban digitadas por la élite de manera absoluta, movilizando a una masa popular sumisa y consecuente, sino que por el contrario, el sufragio hacía de la imprevisibilidad una de las características del sistema y con ello la posibilidad de un cambio de figuras, por lo cual los miembros de las facciones se esforzaban por conquistar a los votantes y tratar de garantizarse los votos.

De todas formas, Ternavasio nos muestra cómo esa imprevisibilidad fue generando enfrentamientos facciosos y la idea de pérdida del orden. Un elemento usado por Rosas para ascender políticamente y finalmente instaurar un régimen que ponía al orden como valor máximo y por ello su gobierno fue visto, según el análisis de la autora como una vuelta al orden antiguo: Rosas era el Restaurador de las Leyes.

Esta idea de una evolución desde una legitimidad representativa a una pactada, es remarcada en el libro, siendo el gobierno de Rosas la expresión de esta última etapa. Una etapa durante la cual las listas múltiples de los años ’20 son reemplazadas por una lista única redactada por el oficialismo, que debía ser votada por los sufragantes. Se instala entonces lo que la autora llama unanimidad rosista cuya base era la ruralización de la política, una ruralización que había invertido la otrora preeminencia de la ciudad, resultando a partir de entonces una mayoría de representantes a la Junta provenientes de la campaña.

El trabajo presentado en el libro tiene el objetivo de mostrar la evolución y la centralidad del sistema electoral en la conformación de una legitimidad republicana, y para ello la autora cuestiona los prejuicios de la historiografía tradicional.

Así, las ideas de fraude, del uso de la coacción sin consenso, de un caudillismo ajeno al marco institucional, así como la idea de clientelismo electoral basada en relaciones jerárquicas “patrón- peón”, por ejemplo, deben ser matizadas o en algunos casos evitadas, ya que según demuestra, la época refleja realidades más complejas.

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Esa mirada tradicional de la historiografía se fue formando durante el siglo XIX, cuando los mismos contemporáneos buscaban respuestas al fenómeno. Pero estos primeros pensadores sobre el caudillismo y los orígenes del país, analizaban la historia en clave política. Como protagonistas en la construcción del Estado Nacional su análisis estaba cruzado por cuestiones ideológicas definidas.

Sus miradas sobre el período posrrevolucionario y el surgimiento de los caudillos, resaltaban el período como un proceso de disolución del imperio colonial y el paso a una etapa de decadencia, descomposición de las instituciones y ruralización que darían lugar al surgimiento de caudillos autoritarios, que imponían su voluntad por la fuerza y cuyo origen era terrateniente- ganadero. A su vez éstos representaban el triunfo del campo sobre la ciudad.

Sobre estos puntos justamente discute el trabajo de Ternavasio, así en La Revolución del voto se encarga de mostrar la permanencia de las instituciones y de las prácticas formales en la construcción del poder, usadas incluso por los caudillos.

Para Alberdi, “el caudillaje aparece en Ámerica en la democracia, se desenvuelve y marcha con ella”[1], haciendo alusión a una democracia bárbara, sin mediaciones, los caudillos son para él, el brazo inmediato del pueblo, que se identifica con los sentimientos de éste. Una posición similar presenta Mitre, quien afirmaba que esta democracia directa fue un producto inevitable dela Revolución y que era negativa ya que eliminaba las posibilidades de fortalecer las instituciones porque “los caudillos, al absorber las fuerzas de las masas se convirtieron en mandones irresponsables, se perpetuaron por la violencia en el poder”[2] y arrastraron al país a la guerra civil. Por el contrario, Ternavasio muestra la importancia de las instituciones formales, especialmente el sufragio, como un medio de los caudillos para legitimarse y mantenerse en el poder. El mismo Rosas, personalmente se encargaba de supervisar la impresión de las boletas y de hacer el seguimiento de las elecciones. Así, si bien el gobernador pospuso la elaboración de una constitución, mantuvo su poder circunscripto a un marco institucional.

Esto desmiente también la visión de una ruralización extrema, arrolladora de los principios civiles, como la de Sarmiento para quien la barbarie se identifica con el campo, de donde surgen según él, los caudillos que seguidos por una población rural bruta y holgazana precipitan el fin del orden y las instituciones: “todos los caudillos de la revolución argentina han sido Comandantes de Campaña”[3] y será el “estanciero don Juan Manuel de Rosas, que clava en la culta Buenos Aires, el cuchillo del gaucho y destruye la obra de siglos, la civilización, las leyes y la libertad”[4]. Para Ternavasio, si bien hubo una ruralización, esta es matizada y vista como una forma de domesticar a la ciudad en el sentido de eliminar las disidencias, no el fin de las instituciones. Además y especialmente sucedió lo contrario, la institucionalización llegó al campo, expandiéndose con la maquinaria electoral dirigida en cada localidad por los jueces de paz, que no eran grandes estancieros como se afirmaba sino, pequeños y medianos propietarios. Por otro lado, Rosas, una vez en el poder, no hizo más que reformular los mecanismos ya implementados desde la Reforma electoral de 1821 bajo el gobierno del Partido del Orden.

Esa mirada sobre el caudillismo, continuó estando presente por mucho tiempo en la historiografía, aunque cambiaron algunos matices. Por ejemplo Ayarragaray, hace mención a un elemento institucional, el voto, usado por los caudillos, pero en sentido negativo: “el sufragio universal, el más inadecuado de todos los sistemas, consolidó la subversión de ideas y clases, y excitó la demencia anárquica y el caudillaje militarista”[5], de esta forma, la población se habría vuelto insubordinada y cívicamente incapaz, resultando finalmente también que los caudillos, al tener que ganar el voto popular implantaron “el fraude y el desorden, en las costumbres políticas argentinas”[6]. Sin embargo M. Ternavasio, aclara que la participación en las elecciones era escasa, a pesar de los esfuerzos de las élites por aumentar la participación popular. Y si bien todo ciudadano varón mayor de 20 años podía votar, el porcentaje de la población que lo hacía era mínimo. Durante los años de 1820 las elecciones eran fuente de las disidencias políticas entre las élites, no el pueblo. Justamente el sistema electoral tenía el objetivo de matizar esas diferencias, pero no lo logró durante esa época, sino que sólo se alcanzaría con la unanimidad rosista.

Otro punto tradicional que cuestiona “La Revolución del voto” es el tema de la relación consenso- coerción. Para la historiografía anterior, con la Revolución de Mayo y el fin de las instituciones, la única forma de mantener el poder era la coerción y el poder militar. Incluso Halperín afirmaba en 1965 que “la revolución reemplazará… esas instituciones (coloniales) que se apoyan en el consenso… por otras que sólo se imponen gracias a la fuerza”[7]. Sin embargo, Ternavasio muestra que el consenso era fundamental para mantener y legitimar el poder: el Partido del orden se esforzaba en ampliar la participación y Rosas buscaba un voto plebiscitario que lo perpetuara. Para lo cual las prácticas formales como el voto, y las prácticas informales, como los rituales que se generaban con cada elección tenían ese fin. “El régimen rosista, en particular, se autorepresentó a través de diversas instancias rituales: fiestas mayas y julianas, quemas de judas en Pascuas, diversos homenajes a Rosas… Estos momentos sirvieron para desplegar ciertas articulaciones ideológicas que fueron clave para el sostenimiento de la SantaCausa”[8].

La autora también cuestiona la idea tradicional de la relación patrón- peón como clave para entender el respaldo a los caudillos. Si bien para Halperín “parece que el surgimiento de caudillos se vincula con un rasgo previo… la gran propiedad”[9] y la militarización usada eficazmente por los jefes para aumentar su poder; para Ternavasio, hay que tener en cuenta múltiples factores: no había en el campo relaciones tan verticales, ya que la mediana y pequeña propiedad persistía en toda la campaña. Además de que había una heterogeneidad de relaciones en las que la de vecino- miliciano tenía una gran importancia. Tampoco los jueces de paz, eran ejecutores de órdenes directas contra los pobladores, ya que por su mismo origen local y su calidad de medianos productores, tenían fuertes vínculos con la población del lugar y muchas veces debían negociar con éstos, no siempre con éxito, para implementar nuevas medidas.

El caudillismo, entonces no implicó un arrasamiento de las instituciones, y la instauración de un poder despótico, basado en la coerción, sino que hizo del consenso una forma de legitimarse teniendo en la campaña, un éxito difuso.

Detrás de este fenómeno, “existe una realidad más difícil de captar y evaluar, pero más fundamental: el esfuerzo por afirmarse por parte de los estados autónomos provinciales… en dos frentes decisivos: el interno, para asegurar el orden social bajo la hegemonía de los grupos propietarios; y el externo, frente a los riesgos atribuidos a la política de otras provincias”[10]. El caudillismo no era uniforme en todas las provincias, sino que variaba según la evolución económica de cada lugar y con las diferentes políticas interprovinciales. Por lo tanto se lo debe estudiar como un “proceso de construcción de poder social y político, en coyunturas históricas particulares”[11].

Finalmente, con “la Revolución del Voto”, queda claro que las instituciones perduraron aunque modificadas, aún después de la Revolución de 1810, siendo el marco institucional a través del cual las élites buscarían garantizar su legitimidad, mediante el consenso (además de la fuerza), ampliando el sufragio y haciendo de las prácticas formales e informales los medios de cooptar a la población.



[1] Alberdi, J. “Grandes y pequeños hombres del Plata” en op. cit. Pág. 27.

[2] Mitre, B. “Historia de Belgrano y de la independencia argentina”, en op. cit. Pág. 36.

[3] Sarmiento, D. “Facundo”, en Dossier, “Debate sobre caudillismo en la Historiografía Argentina”. Pág. 16.

[4] Idem. Página 17.

[5] Ayarragaray, L. “La anarquía argentina y el caudillismo”, en op. Cit. Pág. 42.

[6] Ayarragaray, L. Op. Cit. Página 43.

[7] Halperín Donghi, T. “El surgimiento de los caudillos en el cuadro de la sociedad rioplatense posrevolucionaria”, Estudios de Historia Social, I:1, 1965, Buenos Aires. Pág. 141.

[8] Goldman, N. y R. Salvatore (comp), Caudillismos rioplatenses. Nuevas miradas a un viejo problema, Eudeba, Bs As, 1998. Pág. 20

[9] Halperín Donghi, T. Op. Cit. Pág. 145.

[10] Chiaramonte, José. "Legalidad constitucional o caudillismo: el problema del orden social en el surgimiento de los estados autónomos del Litoral argentino en la primer mitad del siglo XIX", Desarrollo Económico, 102, 1986. Pág. 176.

[11] Goldman, N. y R. Salvatore (comp), Caudillismos rioplatenses. Nuevas miradas a un viejo problema, Eudeba, Bs As, 1998. Pág. 20.

El pasado desde el Plata

El presente blog busca ser un espacio de difusión de diferentes trabajos sobre historia argentina y de otras latitudes.
Se expondrán trabajos sobre diferentes épocas y áreas históricas con el fin de abarcar de forma amplia y seria, diferentes aspectos que hicieron a nuestra sociedad.